sábado, 4 de junio de 2016

Burgos es la segunda provincia de la región en acogimientos familiares.

El año pasado hubo 132 casos en los que uno o varios menores separados temporalmente de sus padres biológicos fueron a vivir con otra familia, según datos de la Gerencia de Servicios Sociales de la Junta.


«Necesito tu atención unos segundos para que me prestes unos días». Este es el texto del cartel que puede verse en los autobuses urbanos desde hace unas semanas y que forma parte de la campaña de difusión puesta en marcha por la Junta y Cruz Roja para fomentar el acogimiento familiar frente al residencial. Burgos fue el año pasado la segunda provincia de la comunidad en acogidas, con un total de 132 casos. Esta cifra solo la superó León que, según datos de la Gerencia de Servicios Sociales, acogió en 2010 a 172 menores en distintas familias.


La responsable de la Gerencia de Servicios Sociales en Castilla y León, Milagros Marcos, explicó que el hecho de haber iniciado una campaña de difusión no significa que haya más necesidad de familias. «Siempre hay, sobre todo para los casos más difíciles, como pueden ser los grupos de hermanos, o los niños con alteraciones de conducta o características especiales». El número de niños que reúnen alguna de estas características y a los que se encontró hogar de acogida va en aumento, ya que según los datos de 2010, el 16% de los menores acogidos en Castilla y León tenían «características o necesidades especiales».

En la provincia hay once centros de acogimiento: una residencia, dos centros de día y ocho viviendas, pero, como explica Marcos, la Junta se ha propuesto fomentar la vida en una familia antes que en una residencia o piso tutelado. «Ante todo, se intenta que no salga de su entorno familiar. Si no puede vivir con los padres, que esté con los abuelos, con los tíos o con algún pariente próximo. Esto es lo que llamamos acogimiento en familia extensa, pero, si no es posible, tiene que ir con una ajena, en la que no hay vínculo ni parentesco», explica.

Tanto en Burgos como en el resto de la comunidad son más numerosos los casos en los que los padres biológicos consienten la separación y el menor va a vivir con sus parientes. Concretamente, en la provincia hubo 41 casos de niños que se fueron a vivir con desconocidos frente a 91 que se mantuvieron en el seno familiar, aunque no bajo el techo de sus padres. « Es de agradecer que haya tantas familias porque el acogimiento no es fácil. A los niños se les coge mucho cariño y hay que tener en cuenta que siempre es temporal», explica Marcos destacando que el niño, o vuelve con su familia, o va con una de adopción, pero no permanece en la de acogida.

Antes de recibir a un menor en casa, los padres de acogida han asistido a cursos y superado una serie de trámites administrativos y entrevistas, similares a los que se realizan como pasos previos a una adopción. La responsable del programa en Cruz Roja Burgos, Marta Tovar, señala que «les preparamos para que sepan cómo se van a sentir ellos, pero también los niños. De todos modos, cada caso es distinto porque ha habido menores que han estado con una familia que los consideraba difíciles y con la siguiente han estado bien». En este sentido, la gerente afirma que son «anormales» los casos en los que unos padres de acogida llaman porque no son capaces de continuar criando a los menores. Marcos señala que «no es que los devuelvan, es que los servicios sociales hacen un seguimiento detallado de cada acogimiento, y si vemos algún comportamiento extraño, se busca otra familia». entre 15 y 60 euros. A la hora de seleccionar a unos padres de acogida, se analiza cuál es la motivación, el día a día de la familia y, también, la «suficiencia de los medios de vida de que dispongan para cubrir las necesidades del menor, teniendo en cuenta en su caso la complementariedad de la ayuda económica compensatoria», explican fuentes de la Gerencia. No siempre hay remuneración y tampoco es la misma para todos. Milagros Marcos explica que «todo depende de las características del niño y de lo que haga falta para cubrir sus necesidades. Si es pequeñito, pueden llegar a pagarse hasta 15 euros al día, pero si tiene alguna discapacidad o problemas graves de conducta, puede haber una remuneración de hasta 60 euros diarios».Tampoco la duración es la misma en cada caso. Puede haber acogimientos muy cortos, de menos de tres meses; otros de entre tres y dieciocho meses y, por último, largos, si es que supera el año y medio. En este último caso y suponiendo que en ese plazo no se solucionara el problema que provocó la separación con los padres, puede iniciarse un proceso de adopción. «Hay un momento en el que el juzgado determina que un niño no tiene posibilidades de volver con su familia biológica y se cambia a un régimen de adopción», explica la Gerente de Servicios Sociales Milagros Marcos.


Padres por partida doble Isabel Soto y Daniel Rubio han criado en los últimos 5 años a ocho niños • Dos son biológicos y otros seis, de acogida Pedro y Manuel (nombres ficticios para preservar su identidad) tienen 4 y 5 años, respectivamente, y dos madres y dos padres. A unos los ven los domingos y con otros conviven. Estos últimos son sus padres de acogida, Isabel Soto y Daniel Rubio, un matrimonio con dos hijos biológicos y experiencia en el cuidado de los ajenos, ya que han acogido, sucesivamente, a tres parejas de hermanos en los últimos cinco años. «A mí no me gustan las grandes palabras para describirlo, no lo considero solidaridad ni valor ni nada de eso. Simplemente pensamos que si a nosotros nos pasara algo, nos gustaría que la vida de nuestros hijos siguiera siendo lo más normal posible y que hubiera alguien que se preocupara por ellos. Alguien que los llevara al médico, al colegio o al parque, alguien que les enseñara lo que está bien y lo que está mal, que les contase cuentos o que les diera un beso de buenas noches», cuenta Isabel Soto para explicar por qué decidieron convertirse en familia de acogida.

Todo empezó en 2005, cuando se trasladaron de Madrid a Burgos, la ciudad natal de Soto. En ese momento, ella contactó por casualidad con una familia que acogía bebés. «Me pareció llamativo, porque no había oído hablar de ello. Pero es que, después, fui al centro cívico y vi un cartel, me monté en el autobús y vi otro cartel de la acogida, así que decidimos ir a informarnos porque, tanta información de repente en el mismo sentido, era llamativo».
Así contactaron con Cruz Roja y con Marta Tovar, la responsable del programa de acogimiento familiar en Burgos, quien les explicó en qué consistía el proceso y les habló de los cursos de formación, que son imprescindibles para acoger, pero no vinculantes. Es decir, se puede asistir sin que eso implique dar el siguiente paso. Ellos hablaron con sus hijos, Patricia y Miguel, que entonces tenían 8 y 3 años, y decidieron darlo. Personal de Cruz Roja fue a su casa, les hizo una entrevista «y se ve que nos consideraron válidos porque al cabo de un par de semanas nos trajeron dos hermanos, niño y niña». Ni Rubio ni Soto recuerdan que hubiera tiranteces o situaciones incómodas cuando aumentaron la familia. «Creo que ayudó mucho que tuviéramos hijos porque, además, eran de la misma edad y, quizá, los veían más cercanos que a nosotros», explica Soto.
Este es también uno de los aspectos en los que ellos cometieron algún error de principiantes, ya que, como cuenta esta madre por partida doble, «nos volcamos más en los recién llegados que en los propios, porque das por hecho que tus hijos saben que eres su madre y que los quieres con locura y quizá no es así. En cierto modo yo, a Miguel, que tenía solo tres años, lo dejé un poco aparcado». En las siguientes acogidas ya no volvieron a tener este problema y, de hecho, creen que si hay alguien en la familia que tenga méritos por esta situación, son sus dos hijos. Consideran que son «quienes más dan, porque no solo comparten su habitación y sus juguetes, sino también su tiempo y sus propios padres. Pero nosotros creemos que para ellos también es una lección de vida, porque aprenden que hay otras realidades y modos de vida», asegura el matrimonio.
De hecho, al oír hablar a Patricia, nadie diría que hoy es una adolescente. Ella es la primera en explicar que «cuando la gente nos pregunta si no nos da pena que "nos los quiten", nosotros contestamos que no es que nos los quiten, ¡es que no son nuestros!». Como matiza su madre, «esto no significa que no los echemos de menos, que no nos acordemos o que no los queramos, todo lo contrario, pero sabemos que, en algún momento, se irán de casa». Ellos han pasado por varias posibilidades, ya que la primera pareja que acogieron volvió con su familia biológica y la segunda se marchó con una de adopción. «Pero en los dos casos seguimos teniendo contacto con ellos y los vemos. De hecho, los primeros que acogimos estaban en casa cuando llegaron Pedro y Manuel», explica Isabel matizando que, de nuevo, esto facilitó las cosas porque «les explicaron que ellos también estuvieron un tiempo con nosotros y que ahora están con sus padres».
Pedro y Manuel llevan casi un año con Isabel, Daniel, Patricia y Miguel y son menudos para su edad porque, entre otras muchas cosas, con sus padres biológicos no tenían la alimentación adecuada. En cada caso, Cruz Roja cuenta a los padres algunos de los antecedentes del menor para que sepan cómo comportarse ante determinadas situaciones. «Nos cuentan lo que les puede afectar, pero yo creo que lo demás no nos incumbe y, personalmente, yo prefiero no saber», asegura Isabel, matizando que hacen todo lo posible para que los pequeños «no olviden a sus padres. Tratamos de hacerles ver que nuestra familia no es mejor ni peor que otra. Nunca desautorizamos a la suya propia».
Este matrimonio asegura que tanto para ellos como para sus hijos y el resto de sus parientes, Pedro y Manuel son dos más de la familia para lo bueno y lo malo. «Nosotros no somos más indulgentes con ellos por su situación. El «pobrecito» no nos sirve y esto es algo que Cruz Roja destaca mucho en los cursos, porque ellos tienen que asumir unas responsabilidades como los demás y la educación es la misma con los propios y con los ajenos».
Por el momento, nunca se ha dado la situación de que los menores en acogida se rebelaran o les desautorizaran, aunque Daniel Rubio tiene cierto temor a que esto ocurra si algún día acogen adolescentes. «Es evidente que yo no tengo la misma autoridad moral sobre mis propios hijos que sobre otros, y eso, algún día, te lo pueden decir», explica.
¿Lo recomiendan? La respuesta de Isabel, Daniel, Patricia y Miguel suena al unísono: «Sí. Si no, no hubiéramos repetido».


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